Antes de comenzar su misión aquí en este mundo, Jesús escogió hombres para que fuesen sus discípulos. Antes que siguiesen a Jesús, estos hombres tenían sus trabajos y vivían sus vidas con sus familias. Pedro fue uno de los escogidos por Jesús. Él y su hermano Andrés tenían una empresa de pescadería. Pedro era un excelente pescador.
Ocurrió que cierto día Pedro y el hermano estaban pescando cuando Jesús pasó cerca a ellos y dijo: “Vengan conmigo que yo les enseñaré a pescar gente”. ¿Saben lo que ellos hicieron? (espere la participación). Dejaron todo atrás y siguieron a Jesús. Pedro debe haber pensando que idea extraña de pescar hombres. ¿Ustedes ya vieron alguien pescando personas? (espere la participación). Cuando Jesús dijo en pescar gente, Él estaba diciendo en ganar almas para el Reino de Dios. Pedro y el hermano aceptaron aquella invitación, dejaron todo atrás, y se tornaron discípulos. Muchas personas fueron bendecidas y salvas a través de ellos.
Cierto hombre que había nacido cojo acostumbraba quedarse en la puerta del Templo pidiendo limosnas para las personas que pasaban por allí. Dice la Biblia que un día Pedro y Juan fueron a orar y vieron un hombre sentado en la entrada del Templo. Él extendió la mano para pedir dinero a los discípulos. Pedro pidió que el hombre lo mirara. Ciertamente, el cojo pensó que ganaría algo, pues no podía imaginar lo que ocurriría en su vida en aquel momento.
Entonces, Pedro dijo: “No tengo ningún dinero, pero lo que tengo te lo voy a dar: por el poder del Nombre de Jesús Cristo, de Nazaret, levántate y anda”. ¡Que fuerte, es verdad! Después de haber dicho aquellas palabras, Pedro extendió las mano al cojo, que luego se levantó. Él pasó a andar y entro en el templo saltando, dando saltos de alegría, agradeciendo a Dios por aquel gran milagro. Las personas que estaban en aquel lugar miraban y preguntaban unas a las otras “¿No es este el mendigo, el cojo, que pedía dinero en la puerta del templo?”
Que gran maravilla lo que Dios realizó a través de Pedro, ¿es verdad? De hecho él se tornó un verdadero discípulo de Jesús. Nosotros también debemos hacer como Pedro: hablar de Jesús para nuestros amigos y llevarlos hasta la Iglesia. Quien va hacer esto diga “amen”. ¡Eso mismo! Así nosotros estaremos agradando a Dios.
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