HABÍA UN niñito muy inteligente que se llamaba Matías. Él participaba de las clases de la EBI de su casa. Todas las noches, el niño iba para la casa de Dios con la mamá y siempre veía el Sr. Juan, papá de Alan, su amigo que también iba a la EBI. El Sr. Juan se quedaba todos los días en frente de la iglesia, parado y conversando con las personas que pasaban por allí.
Un día, Matías vio al Sr. Juan charlando con una señora que estaba llorando mucho. El niño estaba con la mamá en la puerta de la iglesia y prestaba atención en todo lo que ocurría. El Sr. Juan entró con la mujer en la iglesia, oro por ella y dijo que la vida de ella cambiaria. Matías le pareció muy linda esa actitud y fue para la EBI muy contento.
Pasado algunos días, aquella señora no estaba más triste, diariamente participaba de las cadenas en la iglesia, y Matías siempre la observaba. En aquel día, Alan invitó a su amigo para jugar en su casa. Y, al otro día, Matías fue a pasar el sábado en la casa de Alan. Los niños se divirtieron y jugaron mucho. Merendaron, almorzaron y charlaron también sobre las cosas de Dios.
El Sr. Juan llegó del trabajo cuando Matías se estaba preparando para volver a su casa. Sonriendo, él saludó al papa del amigo y le preguntó.
- ¿Me gustaría saber lo que el señor tanto conversa con las personas que pasan por la puerta de la iglesia? ¿Usted no se cansa? Todos los días usted hace la misma cosa…
Sonriendo el hombre le respondió:
- Me quedo evangelizando a las personas, pues soy un evangelista y hablo del poder y del amor de Dios para ellas. Cuento lo que Dios hizo en mi vida y hablar de Dios para las personas no me cansa, pues se que haciendo esto Él se pone muy feliz. Al oír estas palabras, Matías miró a su amigo le dijo que cuando él creciera seria un evangelista, así como el papá de él. Y Alan explicó que, mismo siendo niño, él podría hablar de Jesús para otros niños. Matías respondió:
- Qué bueno, ahora voy a hablar de Jesús para mi familia y amigos. Matías fue para su casa pensando en las personas que invitarían a la iglesia.
Conclusión:
Noé era un hombre correcto, semejante a lo que está escrito en la Biblia: “Bienaventurados los que no se puede acusar de cualquier cosa, vivir de acuerdo a la ley de Dios…”. Nosotros también debemos vivir correctamente delante de Dios y de los otros, sin tener nada que nos acuse. Y estos solo sucederá si fuéremos obedientes y practicaremos la Palabra de Dios, ¿entendieron? ¡Amén!
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