HABÍA UNA vez una joven llena de espíritus engañadores que hacía con que ella adivinase la vida de todo el mundo. Las personas pagaban para la joven adivinase y el dinero que ella recibía se quedaba con sus patrones.
Un día, aquella joven vio a Paulo y a Silas y comenzó a hablar sobre ellos. Todos los días, cuando iban para el templo a orar, ellos pasaban por aquel camino y la adivinadora hablaba la misma cosa. Paulo y Silas sabían que ella era adivinadora porque el espíritu del mal estaba en la vida de ella. Entonces Paulo miró a la joven y ordenó que en el nombre de Jesús que aquel espíritu abandonase la vida de aquella joven. Amiguitos, en el mismo momento el espíritu salió y ella se quedó libre de aquel mal. Qué maravilla ¿no es cierto? Pero los patrones de ella no les gustaron nada de lo que había ocurrido, pues ellos se dieron cuento que no ganarían más dinero con las adivinanzas. ¿Saben lo que ellos hicieron? Agarraron a Paulo y a Silas y los llevaron a la plaza delante de las autoridades y de algunas personas, y dijeron que ellos eran de otra ciudad y estaban allí para enseñar cosas contrarias a sus leyes.
Cuando ellos oyeron aquello, se quedaron muy enfadados de Paulo y Silas y querían pegarles. Entonces las autoridades mandaron a que le rasgasen sus ropas, que les peguen con varas y después que los prendiesen en una prisión bien oscura.
Mismo no siendo justo ellos fueron presos, no se entristecieron y ni se quedaron reclamando, pues sabían que Dios estaría con ellos todos los momentos. Al contrario, ellos oraron, cantaron, y alabaron a Dios alegremente. Mientras oraban, Dios hizo con que ocurriese un terremoto, todas las cárceles fueron abiertas, y Paulo y Silas fueron liberados.
El carcelero que cuidaba de los presos pensó en hasta en sacarse la propia vida, pues pensó que los presos había huido; pero Paulo y Silas hablaron de Jesús para él. Amiguitos, el carcelero quiso saber lo que debería hacer para ser salvo y Paulo explicó que solo bastaba creer, que él y su familia serian salvas. Él se puso tan contento que cuidó de las heridas de los dos, los llevó hasta su casa y les dio comida. Después de eso, Paulo y Silas enseñaron sobre Jesús para toda aquella casa, que pasó a creer en la Palabra de Dios.
Cuando amaneció, las autoridades mandaron a soltarlos y los despidieron en paz.
CONCLUSION:
Mismo en el momento difícil, Paulo y Silas no reclamaron y ni se rindieron de hacer la voluntad de Dios, pero confiaron y continuaron felices en serviLo, por eso fueron librados de la prisión. Niños, nosotros debemos actuar de acuerdo con lo que está escrito en este versículo: “Pon tu delicia en el SEÑOR, y El te dará las peticiones de tu corazón.” Si nos agradamos en servir a Dios y agradecemos a Él, Dios realizará aquello que deseamos.
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